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Martes 23 de Mayo de 2023 a las 06:30

¿Cuánto sabemos sobre la relación entre ejercicio físico y cognición?

Un equipo de investigación ha realizado una revisión de toda la literatura científica relacionada con el ejercicio físico y su relación con la función cognitiva. La principal conclusión de este trabajo apunta a que se necesita un respaldo empírico de mayor calidad para confirmar el resultado que la mayoría de los estudios señalan hasta el momento: el ejercicio físico podría ser beneficioso también para la cognición.

Libia Muñoz Aguilera

Este equipo, formado por distintos grupos de investigación de varias universidades, entre ellas la Universidad Rey Juan Carlos, ha realizado una evaluación cualitativa de la evidencia disponible hasta la fecha, además de un análisis cuantitativo de los datos extraídos de la misma y de los cuales han obtenido los siguientes resultados.

En primer lugar, en este trabajo se ha revisado la metodología aplicada en un total de 24 metaanálisis que incluyen únicamente estudios controlados con grupos de personas sanas escogidas de manera aleatoria (estudios controlados por aleatorización). A pesar de que la mayoría de ellos confirman de forma general un efecto positivo del ejercicio físico, este equipo ha detectado deficiencias metodológicas considerables como, por ejemplo, pocas fuentes comunes entre ellos y algunas añadidas de forma muy selectiva. Además, ha observado una baja potencia estadística en los estudios controlados por aleatorización, así como un sesgo de publicación y gran heterogeneidad en los datos y toma de decisiones en cuanto al análisis realizado.

En cuanto al análisis cuantitativo de los datos -procedentes de 109 estudios controlados por aleatorización, en los que se trata con más de 11.200 personas sanas entre los 6 y los 80 años-, el equipo de investigación ha constatado una diferencia sustancial con respecto a los resultados originales. Los efectos positivos del ejercicio físico sobre la cognición que se concluyeron inicialmente en los estudios analizados aparecen reducidos en todo el rango de edades una vez tenido en cuenta el efecto de factores moderadores, como pueden ser el sesgo de publicación, las diferencias de rendimiento individuales al inicio de la intervención y el tipo de actividad seleccionada entre los grupos de control (formas activas o pasivas). Éste último, resulta un aspecto fundamental a tener en cuenta a la hora de evitar problemas en la metodología como puede ser el efecto placebo en las personas estudiadas.

“Los hallazgos enfatizan la necesidad de poner cautela a la hora de establecer una relación causal directa y generalizada, ya que, según nuestros resultados, actualmente aún existe limitada acumulación de evidencia metodológica y teóricamente sólida para dilucidar el verdadero impacto del ejercicio físico en la cognición en personas sanas”, señala Antonio Luque, investigador del Centro de Investigación en Ciencias del Deporte (CIDE) de la URJC y coautor del artículo publicado en la revista Nature Human Behaviour.

Por tanto, es posible que las conclusiones extraídas de parte de las revisiones metaanalíticas disponibles hasta la actualidad podrían no ser la mejor representación del efecto real de la evidencia acumulada hasta ahora, aunque eso no quiera decir que el ejercicio físico no tenga potenciales impactos beneficiosos en las funciones cognitivas de personas sanas.

Un nuevo paradigma

Los estudios realizados hasta la fecha son logísticamente muy costosos, involucran a pocos participantes y analizan periodos de tiempo cortos. Por ello, estudios de corte observacional o longitudinales en poblaciones grandes podrían ayudar a discernir los potenciales beneficios del ejercicio físico sobre la función cognitiva, garantizando un seguimiento de las personas a lo largo de los años (en lugar de pocos meses) y, por tanto, obteniendo una mejor oportunidad para detectar cambios a largo plazo, así como determinar el rol específico de diferentes factores mediadores y moderadores en este vínculo.

Además, desarrollar unos modelos teóricos más comprensivos en torno a los mecanismos que subyacen en esta relación entre ejercicio físico y cognición sería de gran relevancia. Es decir, reorientar el actual enfoque reduccionista que indica que los mecanismos que subyacen a estos beneficios provienen meramente de procesos fisiológicos a nivel molecular y celular, hacia una aproximación que abarque todo el espectro de complejidad contextual implicada en la práctica del ejercicio físico. Se trata de un fenómeno multifactorial, donde otros factores como el enriquecimiento cognitivo y social inherente a determinados contextos de práctica deportiva, así como factores comportamentales y socioemocionales que se derivan de la adquisición de patrones de comportamiento físicamente activos (por ejemplo, la calidad del sueño, los hábitos alimenticios, el nivel de estrés, el estado de ánimo, etc.), pueden moderar directa o indirectamente la idiosincrasia de este vínculo.

También es importante tener en cuenta que este estudio se ha centrado exclusivamente en población sana, siendo de vital importancia valorar las limitaciones que esto puede producir a la hora de aplicar las conclusiones obtenidas a personas con enfermedades o limitaciones como, por ejemplo, aquéllas que padecen algún tipo de deterioro cognitivo, Alzheimer, entre otras patologías.

En este sentido, la estandarización y simplificación de diseños experimentales que faciliten una mayor replicabilidad y aumento de potencia estadística, así como el empleo de adecuados grupos de control e iniciativas como el pre-registro, podrían ser útiles a la hora de facilitar el avance en este campo de investigación. Es clave poner el foco en esto, ya que “se requiere de un esfuerzo colectivo para promover la transparencia, apertura, y reproducibilidad en la ciencia, como forma irrefutable de lograr una evidencia empírica sólida”, concluye Antonio Luque.

Actualmente, esta línea de investigación sigue siendo desarrollada desde el Centro de Investigación en Ciencias del Deporte (CIDE) mediante el proyecto EXER-NIBS, financiado por la Comunidad de Madrid en el marco del convenio plurianual con la Universidad Rey Juan Carlos en su línea Programa de Estímulo a la Investigación de Jóvenes Doctores.