Redacción / Irene Vega
Muchos de los ecosistemas acuáticos y terrestres alternan fases húmedas y secas, como ocurre con los ríos y lagunas temporales, las zonas intermareales o las llanuras de inundación. Estos ambientes se conocen como ecosistemas de transición y, tradicionalmente, las distintas fases se han estudiado de manera separada, como si solo existiera una de ellas.
Con el objetivo de tener una visión más completa de estos ecosistemas, un equipo de investigación del MNCN-CSIC y la URJC ha realizado un estudio que identifica la presencia de agua como el motor global que configura la vida en estos sistemas mixtos. Este trabajo ha reunido por primera vez a un equipo interdisciplinar de ecólogos terrestres y acuáticos, junto con microbiólogos, para romper las barreras de los enfoques tradicionales.
“La mirada sesgada ha llevado a una comprensión deficiente de estos ecosistemas, lo cual limita nuestra capacidad para conservar su biodiversidad y los múltiples beneficios que aportan a la sociedad, como el agua potable, la estabilidad climática, la producción de alimento o el reciclaje de carbono y nutrientes”, apunta Pilar Hurtado, autora sénior del trabajo e investigadora postdoctoral del Área de Biodiversidad y Conservación de la URJC.
El estudio, publicado en la prestigiosa revista Ecology Letters, propone considerar las fases húmeda y seca como dos componentes indisociables del sistema que se alternan de forma cíclica. Esta alternancia periódica entre fases con y sin agua da lugar a una sucesión predecible de organismos microscópicos que cubren el substrato y que son capaces de mantener las funciones que realizan estos ecosistemas. Durante la fase seca, organismos como las bacterias, hongos, algas, protozoos o líquenes dan lugar a lo que se conoce como costras biológicas. En cambio, en presencia de agua estos organismos adoptan la forma de biofilms cubriendo piedras y substrato fino.
“Cuando caminamos por una rambla o incluso por zonas de pastizales, si prestamos atención, podemos observar que el suelo está cubierto por musgos, líquenes y otros organismos diminutos que cumplen funciones esenciales para la fertilidad del suelo y el reciclaje de nutrientes”, afirma Rebeca Arias-Real, primera autora del trabajo e investigadora postdoctoral del MNCN-CSIC. “Por el contrario, si nos metemos en un río y tocamos las piedras y el substrato notaremos una película gelatinosa, que es lo que se conoce como biofilm. Costra biológica y biofilm son las dos caras de la misma moneda”, indica Arias-Real.
“A diferencia de otros ecosistemas que experimentan cambios irreversibles tras una perturbación, las transiciones de acuático a terrestre, o viceversa, no imponen un cambio definitivo en el ecosistema. De hecho, estas transiciones reversibles entre estados ocurren de forma natural y periódica, desde minutos hasta años, en respuesta a fases con disponibilidad de agua contrastante”, comenta Pilar Hurtado. “Considerar las dos fases de estos ecosistemas en su conjunto nos puede ayudar a entender mejor cómo el cambio climático y otros impactos humanos podrían modificar los patrones de biodiversidad a escala global y a comprender el grado de amenaza que sufren funciones tan esenciales como la disponibilidad de agua dulce, la estabilidad climática o la producción de alimento”, añade.
Este trabajo sienta las bases para mejorar el estudio y la comprensión de cómo la disponibilidad global de agua podría comprometer a la biodiversidad y a las personas en un planeta con condiciones climáticas cada vez más extremas. Además, abre nuevas líneas de investigación interdisciplinaria para enfrentar los desafíos de un mundo en constante cambio.