Ya tenemos algo más de libertad. Ya podemos reunirnos, aunque no sea para montar una fiesta, pero nos basta. Hemos estado mucho tiempo encerrados y volver a disfrutar de los nuestros, aunque con dos metros de distancia de por medio, es un regalo.
Ayer pisé por primera vez la calle para hacer algo que no fuese caminar durante una hora o bajar al supermercado: después de esta larga espera pude reunirme con algunos de mis amigos. Fue extraño, nunca nos habíamos juntado llevando mascarillas y no poder abrazarnos al vernos fue una sensación muy triste.
Luego acudimos al bar a tomarnos una cerveza y ponernos al día. La verdad es que fue muy bonito. No pudimos estar todos los miembros del grupo juntos, pero hicimos una videollamada con los que faltaban y a todos nos hizo muy felices.
Habernos visto a través de mascarillas y Skype fue muy raro, pero nos ha llenado de vida a todos. Ahora estamos más fuertes, nos necesitábamos. Comprendí que un abrazo es necesario, pero conseguir que alguien te haga reír, a pesar de llevar mascarilla y no poder estar a menos de dos metros de distancia, es también un chute de energía impagable.
Así que volví a casa con una sonrisa de oreja a oreja. Ya es junio, empezamos a levantar cabeza y nuestro sacrificio comienza a tener su recompensa. El virus nos ha arrebatado, a unos, lo que más nos gustaba, y a otros, a seres muy queridos, y ahora nos permite salir y disfrutar del final de la estación más bonita del año.
Aun así, responsabilidad. La emoción y las ganas del cambio de fase que nos inunda hoy puede ser perjudicial mañana. Se puede salir, pero con cautela y con la máxima precaución posible para que hablemos de todo esto en pasado cuánto antes.