La verdad, es bonito ver desde Madrid cómo se va retomando la vida “normal” en otros lugares del país. Es bonito y a la vez duro, porque mientras mi hermana puede ya hacer cierto nivel de vida social y al menos ver la cara a algunas personas, nosotros seguimos aislados. Y está bien, puesto que el aislamiento de ahora no hace más que garantizar la libertad de mañana. Y hay que ser conscientes de ello todos los días. De que estamos salvando vidas, y eso es lo más importante.
He perdido la cuenta de los días que llevamos así. Diría que ha sido duro, pero hice un buen trabajo de mentalización previo al confinamiento, así que creo que he logrado mantener intacta mi salud mental. Estar ocupado, tener algo que hacer, sentirte productivo... Hablar con gente. Con mucha gente. Todo el rato.
Estar solo contigo mismo mola, pero solo cuando lo estás por tu propia elección. Cuando es obligado, y tanto tiempo… Echo mucho de menos abrazar a alguien. Y las muestras de cariño. Y conversar cara a cara. También me he dado cuenta de lo que echo de menos la naturaleza. Creo que cuando todo esto acabe me perderé con una tienda de campaña y algún amigo. No me apetece nada seguir durmiendo entre cuatro paredes. Estoy cansado de las pantallas, de la tranquilidad. De la rutina, de la claustrofobia, de estar sentado en una silla o acostado en el sofá.
Hemos aprendido mucho de esto, estoy seguro. Por encima de todo, sobre nosotros mismos. Y, aunque no es el mejor modo de hacerlo, hay que valorarlo. Y valorar, cuando todo vuelva a la normalidad, ese tipo de cosas que constituían la “normalidad” y que ahora tanto echamos de menos. Estoy seguro de que los mejores abrazos de mi vida los daré en los próximos meses. Y que tendrán sabor de reencuentro.