Como cada lunes a las nueve menos diez de la mañana, me disponía a atravesar la pasarela de madera del campus para llegar al aulario III. Llevaba un paquete de galletas. Lo cierto es que suelo desayunar de camino a la universidad, porque me levanto con la hora justa. Antes de entrar al aula, alcé mi mano para lanzar el envoltorio de galletas a la papelera. Calculé mal y el plástico cayó al suelo, pero me metí corriendo a clase porque llegaba tarde.
Cuando salí del aula dirigí mi mirada al suelo de la papelera para recoger el paquete que había tirado antes de entrar, pero ya no estaba. En ese momento sentí vergüenza por lo que pudo pensar la persona de la limpieza que tuvo que recoger aquel plástico que se encontraba a escasos centímetros de la papelera. Pude hacerlo yo, pude agacharme para meterlo en la papelera y entrar diez segundos más tarde a clase. Fui inmensamente egoísta.
Es entonces cuando me puse a reflexionar. ¿Qué haríamos sin el personal de limpieza de nuestro campus? Su labor es imprescindible, no solo para el adecuado sostenimiento y limpieza de las instalaciones, sino para que los estudiantes, profesores y el resto de personal se sientan cómodos y desempeñen mejor sus ocupaciones. La limpieza también representa los valores de la universidad y mejora la imagen de esta.