Son las nueve y cuarto de la noche. Es viernes. A mis veinte años, cualquiera diría que debería estar en un bar, con mis amigos, en el cine… pero no. Mi destino es diferente, y en esta ocasión y como cada viernes de este año me toca quedarme en el estudio de radio de la Universidad. Hay asignaturas que disfruto y asignaturas que no; y esta es una de ellas. La carga de trabajo se hace insoportable, y me toca quedarme más tiempo de lo estipulado para llevar la materia al día. Al salir, con mi cara de amargado habitual y las ganas de irme a dormir, me cruzo con la encargada del estudio. Ella también tenía que terminar a las nueve. Yo ni siquiera me había dado cuenta de que seguía ahí. Qué idiota, a veces se me olvida que, si las cosas funcionan, es porque alguien las hace funcionar.
-¿Qué tal ha ido?
+Bueno… como siempre.
-¡Ánimo!
Trato de esbozar una leve sonrisa y salgo del edificio. Me gusta volver a casa andando, porque así tengo veinte minutos para reflexionar sobre el día. La verdad… Ha sido una conversación muy corta, pero me ha sonreído. Pese a ser tan tarde. Pese a estar ahí… me ha sonreído. Y, sin darme cuenta, yo he sonreído también. Supongo que hay personas que, con unas míseras palabras, pueden alegrarte un día entero. De repente, salir tarde los viernes no me parece tan malo.