Mi cabreo aumentó y me dirigí hacia la barra para elegir mi menú. Agarré mi bandeja y la posé sobre la barra de un golpe. Mi cara no era de muchos amigos, y de eso se dio cuenta el señor que me atendió.
-¿Qué te pongo? Me preguntó.
+ Ponme macarrones, solo eso.
-¿Qué te pasa, ha ido mal el día?
+Si, acabo de salir de un examen y la verdad que bastante mal.
-Pero tienes recuperaciones, ¿no?
+Sí, sí que tengo
-Bueno pues no te preocupes, si ya habías estudiado el segundo seguro que te sale mejor.
+Espero que sí.
-¡Que sí mujer, ya verás!, ¿quieres algo de dulce, que siempre viene bien para los disgustos?
+No gracias, no me apetece.
-Que sí, a esto invita la casa. Alegra esa cara que seguro que a la próxima lo bordas.
En ese momento me di cuenta de la empatía de aquel camarero. Podría haberse limitado a servirme, pero no. A pesar de mantenerme fría como el hielo, intentó animarme, sacarme una sonrisa y que me olvidara del mal trago del examen. Él convirtió ese momento en una dulce espera hasta que sirvieron mi plato.