Si me preguntaran qué cualidades debe reunir un profesor universitario, yo pensaría en José Cervera y lo iría describiendo: apasionado por el aprendizaje –sí, por el aprendizaje, no sólo por la docencia–, con facilidad para apreciar al alumnado, generoso, tolerante, amable, culto, con un saber al mismo tiempo enciclopédico y experto, con su penetrante mirada precursora, con un dominio absoluto de la lengua en la que enseña. El retrato se suma a tantos como se han hecho estos días sobre este hombre de una humildad genuina, de una perspicacia brillante y de una bondad digna de ese elogio unánime que ensalza por igual su calidad intelectual y humana. Esta semblanza que pretende recordar su faceta universitaria, al menos, debería guardar un equilibrio entre lo íntimo y lo público, pero la emoción anda enredando las palabras y, así, me costará hacer un reparto equitativo.
Conocí a Pepe a través de mi amiga y colega María José Cantalapiedra, que me demostró –también con él– eso de que la amistad es transitiva. Se había celebrado el primer congreso de Huesca, había vuelto deslumbrada con lo que escuchó y con la gente que había conocido, muy especialmente, con un tal Cervera. Aunque me pareció que yo a lo digital ya no llegaba, decidimos que lo digital debía llegar a la universidad y, a poder ser, de la mano de Pepe Cervera.
Mientras María José conseguía que en la UPV disfrutaran de sus estancias esporádicas, Madrid tenía la posibilidad de contar con él de forma continuada. Así que dicho y hecho, en cuanto se convocó una plaza de periodismo digital en la Universidad Carlos III, vencimos su resistencia –¡no se consideraba digno!– y le animamos a presentarse en la seguridad de que teníamos el mejor candidato. Pero la universidad, en pública incongruencia, dio en despreciar lo genial y preferir lo anodino.
Unos años después, desde la Rey Juan Carlos, volvimos a intentarlo, esa vez con más éxito aunque la crisis lo expulsara de nuevo, privando a estudiantes y compañeros de su magisterio. El año pasado volvió, convencido él por fin de que podía aportar algo, convencidas nosotras de que, a la tercera, iba la vencida; dispuesto esta vez a obedecernos y preparar su tesis doctoral, dispuesto a quedarse…
Por Navidad, la vida decidió llevarnos la contraria.
Con la noticia dura de que el tiempo apremiaba, aún tuvo paciencia para planificar el trabajo, para contestar correos en ese castellano antiguo que tanto nos gustaba; examinó a sus alumnos de segunda convocatoria y firmó su contrato para el próximo curso en un acto de voluntad extrema, él, tan preclaro para ver el futuro de todos y tan dolorosamente consciente del suyo más inmediato.
Considerado hasta el final, en su mensaje de despedida me mandaba su gratitud y sus disculpas por lo irremediable, como si fuera su culpa: “…Temo que ya conoces las malas nuevas. Y lo que implican, ay. A pesar de tus meritorios esfuerzos, no habrá tesis: el tiempo se acaba… Lamento no poder ayudar en la tan necesaria renovación de la URJC, pero espero sabrás disculparme… Gracias por todo…”.
Gracias a ti, mi amigo y compañero, qué mejor doctorado por causa del honor que el que nos dejas, cum laude para ti por tus escritos, clarividentes, de originalidad sin tacha; por tus aportaciones, la discusión intelectual servida para el progreso del conocimiento. Alegrémonos porque el mañana sigue intacto: aquellos a quienes merece la pena recordar, siempre tendrán futuro. Nadie os olvidará, mi fiel Cervera; hoy que no estáis aquí, seguís conmigo; armaos de paciencia, la eternidad espera.
Mercedes del Hoyo
Profesora del Departamento de Comunicación y Sociología